sábado, 30 de junio de 2012


Cuando el padre de familia no reza


El pequeño Paul, que tiene sólo cuatro años y medio, está arrodillado al lado de su cama diciendo sus oraciones de la noche; parece que le está llevando mucho tiempo.

- “¿No has terminado tus oraciones?”, le pregunta su sirvienta.
- “Sí”, responde el niño, un poco avergonzado.
 - “Bien, entonces, ¿qué estás haciendo ahora?”.

Cuando el padre reza con los hijos,
el afecto y el cariño aumentan
El niño se pone colorado y murmura tímidamente, “yo rezo cada noche dos veces, por mí y por mi papá. Le escuché que objetó a mi mamá cuando ella le pidió que hiciera sus oraciones; así que ahora estoy haciéndolas por él”.

¿Precoz? Quizá. ¿Pero no nos sorprenden a menudo los niños con sus percepciones?

Puede ser que los padres no hayan perdido el hábito de la oración, por la gracia de Dios, pero podría ser que no hagan que sus hijos los vean rezando a menudo. Orar y dejar que los hijos vean que uno reza, son dos cosas diferentes.

No basta con rezar individualmente. El deber de un padre de familia es rezar en nombre de la familia, a la vista de la familia y con la familia. Los niños deben saber que su padre honra a Dios; deben aprender de su ejemplo la necesidad y el gran deber de la adoración.

La oración, al menos por la noche, debe decirse en común. En muchas familias donde todos se reúnen al final del día para honrar a Dios, es la madre quien dirige la oración hasta que llegue el momento en que cada niño sea capaz de tomar su turno. Sería mucho mejor que el padre tomara la iniciativa. Es la función que le cabe, una función que es de un carácter casi sacerdotal.

Es necesario tener en cuenta siempre que los niños no se pierden nada de lo que se habla. 

Adaptado de “Cristo en el hogar”, del Padre Raoul Plus, S.J., (Colorado Springs, CO: Gardner Brothers, 1951), 241–243
Fuente: Acción Familia

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Familia, padre, madre, oración, hijos

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