Su
padre dice que es “una locura” discutir “viabilidad” de microprematuros
>>>Excelente ejemplo<<<
Cuando nació,
Margarita se parecía más a un gato que a un ser humano. No tenía forma de bebé.
Donde debían estar los ojos había dos agujeros negros. Temblaba sin parar. No
tenía genitales. El dedo pulgar de Guillermo, el padre, tapaba por completo su
cara. Margarita nació en la mutualista Comepa, de Paysandú, hace cuatro años.
Era prácticamente piel y hueso. Pesaba 463 gramos.
Su madre, Natalia,
ingresó a la emergencia con vómitos y un fuerte dolor abdominal, víctima del
Síndrome de Help, una enfermedad poco común y difícil de diagnosticar, que
hacía que la niña no recibiera alimentos de la placenta. Le hicieron una
ecografía de urgencia y constataron que la beba había dejado de crecer. Llevaba
25 semanas de embarazo.
“El médico me dijo
‘tu mujer corre riesgo de vida. El feto no va a sobrevivir, tenemos que
sacarlo’”, recuerda Guillermo. “Le presenté atención a la cirugía de Natalia.
Cuando el médico me dijo que había salido bien, me fui a casa a bañarme y
comer. Había estado todo el día en la mutualista”, cuenta.
Recién al día
siguiente le avisaron que Margarita había nacido viva. “Vení a conocer a tu
hija”, le dijo el neonatólogo.
El milagro –los
médicos no encontraron otra forma de explicarlo– fue que Margarita salió del
útero de su madre y dio una bocanada de aire por sí misma. Luego la conectaron
a un respirador artificial, y el milagro continúa.
En los tres meses y
medio que vivió en el CTI, Margarita estuvo al borde de la muerte unas 20
veces. Llegó a pesar 444 gramos. Se alimentaba con leche fortificada que
recibía a través de un tubo. El respirador le generaba infecciones pulmonares;
entonces cada tanto debían desconectarla y confiar en que respiraría sola.
“Y ella aguantaba.
Pero fue un caos. Cada día llegaba al CTI con la sensación de que podía estar
muerta”, dice Guillermo a El Observador.
En el último mes de
internación empezó a tomar forma y peso de bebé. Adquirió el sentido de
succión, empezó a tomar la mamadera.
En la medida que se
estabilizaba, se iba convirtiendo en un emblema para la ciudad y para todo el
país. Margarita es la niña que sobrevivió con el menor peso al nacer en la
historia de Uruguay.
Le dieron el alta
pesando 1.600 gramos. En los meses que siguieron pasó más en el médico que en
la casa. Iba al neuropediatra dos veces por mes. La veían distintos
especialistas porque “todos dudaban que hubiera quedado bien”, dice Guillermo.
“Si me quejo de algo, soy un atrevido. Los médicos y enfermeros se portaron de
maravilla”, destaca.
Hoy, cuatro años
después, Margarita es una niña “menudita, pero completamente normal”, asegura
su padre. “Va a un colegio doble horario. No es la más burra ni la más
inteligente de su clase. Hace ballet”, agrega.
Por supuesto que el
debate que se está dando estos días respecto a la capacidad de dar “viabilidad”
a los microprematuros (los niños que nacen pesando menos de 700 gramos, o con
menos de 25 semanas de edad gestacional), le parece “una locura” a Guillermo.
Su argumento es evidente: si uno en mil logra vivir, vale la pena. “Yo tengo la
muestra”, alega. “¿Por qué va a ser el único caso?”.
Fuente: El
Observador
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