Los
abortistas, que sin ningún escrúpulo relegan a los nonatos a la condición de
desechos, súbitamente sienten pena y piedad por esas criaturas. Sin embargo,
cosa singular, ¡las aman tanto que desean matarlas!
Es el
mismo argumento absurdo por el que un fin presumiblemente bueno podría
justificar un medio intrínsecamente malo.
La
ilegitimidad del aborto inducido es independiente del grado de infortunio o de
cualquier circunstancia dramática que pueda aquejar a la madre o a la criatura.
Si
por causa de riesgos inherentes a la gestación, los padres tuviesen el derecho
de suprimir la vida del feto, entonces el derecho al aborto existiría para todo
y cualquier embarazo.
Más
aún, existiría el derecho de interrumpir la vida después del parto, cuando la
criatura nacida estuviera en una situación de grave adversidad o de
irreparables malformaciones. Esta actitud es evidentemente absurda porque los
individuos minusválidos merecen la misma protección que todos los hombres,
antes y después del nacimiento.
Por
otra parte, se alega que una madre con SIDA trasmitirá la enfermedad a su hijo.
el someterse al aborto no librará ni inmunizará a la madre respecto al HIV.
Además,
el test del SIDA solamente resulta
positivo al 30 % de hijos de portadoras de HIV. Esto no significa
necesariamente que el virus del SIDA esté presente en él, sino que demuestra la
existencia de los anticuerpos contra éste, probablemente de la sangre materna,
que desaparecerán un tiempo después del nacimiento. Sometida la madre a un
adecuado tratamiento, sólo el 7 % de los niños tendrán probabilidades de contraer
esta enfermedad.
Puestas
así las cosas, no tiene ningún sentido argumentar a favor del aborto aduciendo
posibles sufrimientos del niño por nacer, que en muchísimos casos serán
evitados gracias al avance de la medicina.
Fuente:
Acción Familia
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