San
Esteban quiso ser mártir y lo fue. San Juan quiso ser mártir y no lo fue. Los
bienaventurados Inocentes – los niños muertos por Herodes en su tentativa de,
junto con ellos, matar también el Mesías que había nacido pocos días antes – no
quisieron ser mártires y lo fueron. Porque ellos no tenían voluntad y
entendimiento, pero fueron mártires sin querer.
A
ese respecto, Don Guéranger escribe lo siguiente:
“¿Mas
quién dudará de la corona obtenida por esos niños? Preguntaréis: ¿dónde están
los méritos para esa corona? ¿La bondad de Cristo sería vencida por la crueldad
de Herodes? Ese rey impío pudo matar niños inocentes, y Cristo no podría
coronar a aquellos que murieron por su causa?”
Siendo
así, tenemos una legión de inocentes que están en el Cielo y que rezan
continuamente por nosotros. Comprendemos mejor de qué manera el mundo realiza
el plano salvador de Dios. Cuando se piensa profundamente en el enorme número
de niños que murieron bautizados – sin ninguna culpa, que van, por lo tanto,
directamente al Cielo – se comprende que son también santos inocentes.
Si
tuviésemos un santo canonizado en nuestras familias, seríamos muy devotos de
ellos. Ahora, ciertamente en la familia de todos existen como que santos
canonizados. Eso porque en la familia de todos, o de casi todos – si no entre
los hermanos, por lo menos entre primos o parientes más alejados – existen
niños que murieron bautizados. Luego, están en el Cielo, donde ellos tienen
toda la lucidez de un alma que está conviviendo con Dios cara a cara. Podemos
entonces rezar, recomendándonos a las oraciones de ellos, que son patronos
naturales de la familia.
(Trechos
de conferencia de Plinio Corrêa de Oliveira. Sin revisión del autor)
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