En
esta Navidad no podemos olvidar los incontables agradecimientos que debemos a
Dios, y decir:
Os
agradezco, oh Jesús, la vida que diste a mi cuerpo en el momento en que
insuflaste mi alma.
Agradezco
el plano eterno que teníais a respecto de mí – un plano determinado e
individual que, pos vuestros designios, debería yo ocupar en el enorme mosaico
de las creaturas humanas que deben subir al Cielo.
Os
agradezco por haber presentado una lucha en mi camino, para que yo pudiese
tornarme un héroe.
Os
agradezco la fuerza que me concedisteis para resistir, combatir y rezar – a
Dios rogando y con el mazo dando, como decía San Antonio María Claret.
Os
agradezco todo eso, y también todos los años de mi vida que ya se fueron y que
yo haya pasado en vuestra gracia.
Os
agradezco, Divino Infante, la hora en que os procuré. Os agradezco todo lo que
hice de arduo para combatir mis defectos. Os agradezco por no os haber
impacientado conmigo y por haberme concedido tiempo para corregirlos hasta la
hora de la muerte.
Os
pido que me ayudéis para que mis ojos no se cierren por la muerte, mis músculos
no pierdan su vigor, mi alma no pierda su fuerza y agilidad antes que yo haya,
pro vuestra gloria, vencido en mí todos mis defectos, escalado todas las
alturas interiores para las cuales fui creado; y que, en vuestro campo de
batalla, yo os haya prestado, por hechos heroicos, toda la gloria que
esperabais de mí cuando me criaste.
(Extraído de consideraciones de Plinio Corrêa de
Oliveira sobre Navidad)
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