El filósofo francés Alexandre Havard
integra el equipo de pensadores – varios de los cuales frecuentan ambientes que
se dicen de derecha o de extrema derecha
– que trabajan para pretender justificar
a los ojos de los occidentales las pretensiones
imperialistas mundiales de la “nueva
KGB” de Vladimir Putin.
Havard es
descendiente de nobles rusos exilados durante la revolución comunista y vive
actualmente en Moscú. Concedió entrevista a la Voz de Rusia, órgano de propaganda
al servicio de la “nueva URSS”.
Interrogado
sobre lo que para él significaba la religión
católica, tuvo una respuesta lo mínimo sorprendente:
“Para mí, es una religión universal, donde hay lugar para todos los cultos,
para todas las culturas…” [?!].
Obviamente,
la religión católica no es eso. Lo
que Havard dice entender por
catolicismo es una pan-religión que
englobaría todas las creencias, por lo tanto las más contrarias, como lo
pretende cierto panteísmo plagado de esoterismo.
Habard
distinguió a las “personas de buena voluntad” católicas que hacen de todo para
instaurar esa pen-religión que entretanto deturpa
la unicidad de la Iglesia fundada por Nuestro Señor Jesucristo.
Y postula que esa es “la gran misión de Rusia, vista por todos los grandes
filósofos rusos.
Havard dice criticar la decadencia, la falta
de respeto por los valores espirituales, el relativismo y la desorientación de
Occidente. Para eso, desgraciadamente,
no le faltan argumentos y ejemplos.
Pero lo singular es que él considera que Rusia estaría
libre de esos defectos, a pesar
de que reconoce que durante 70 años Rusia “fue el imperio del comunismo,
un régimen profundamente enfermizo y
tal vez hasta diabólico, completamente anticristiano”.
Pero es difícil descubrir por qué arte de magia él considera que “20 años después de la renuncia al
comunismo, Rusia es prácticamente el único país en Europa que conserva,
objetiva y públicamente los valores cristianos” [?!]
Él quiere
atribuir ese hecho – absolutamente
inexplicable y contrario a la evidencia – a un “gran milagro de los
mártires”, refiriéndose a la “sangre derramada en la época comunista por todos
los cristianos desconocidos, refiriéndose a los que murieron en las prisiones y
derramaron la sangre por Cristo”.
Sin duda, la sangre
de los verdaderos mártires está en
presencia del Altísimo, clamando por
la conversión de Rusia, conversión esa anunciada por la
Virgen en Fátima.
Pero esa conversión – que esperamos en lo
más profundo de nuestra alma y lo más rápido posible – todavía no se dio.
En primer
lugar sería necesario, como la
Virgen pidió, la consagración de Rusia a su Inmaculado Corazón, en las condiciones
precisas que Ella fijó.
Esa consagración
aún no fue hecha, a pesar de algunas valiosas consagraciones hechas por papas
en condiciones parecidas, pero no las
pedidas en Fátima.
Tampoco vemos en el Kremlin y en sus ocupantes una verdadera
abjuración de los “errores de Rusia”, otra condición primera e indispensable
de una conversión genuina y sincera.
Como tampoco vemos en los herederos
materiales del imperio soviético señales de una mudanza de costumbres
como la pedida por la Virgen al mundo por medio de los pastorcitos, en 1917.
Sin esas
condiciones, las diatribas de Putin contra la inmoralidad imperante
en Occidente suenan como las de Hitler y otros dictadores: un artificio verbal para engañar incautos y desmoralizar
adversarios.
Havard y
Putin usan argumentos y hechos manipulados con astucia para esconder
intenciones verdaderamente imperialistas y anticristianas.
Intenciones
esas calentadas en les antros esotéricos
que inspiraron los totalitarismos de Siglo XX y que explican la “nueva URSS”,
como acabó dejando patente Havard.
Es
superfluo decir que esas doctrinas y
objetivos ocultos están en secreta sintonía
con las fuerzas del mal que corroen al mundo occidental ex-cristiano.
¡Fuerzas del mal que, entretanto, ellos cínicamente dicen que combaten!
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