La Natividad de la
Santísima Virgen nos trae un pensamiento. (…) La situación del mundo [del
tiempo en que Ella nació] era parecida con la del mundo de hoy; todos los
vicios imperaban, todas las formas de idolatría habían dominado la tierra, (…) el mal y el demonio vencían completamente.
Pero, en el momento
decretado por Dios en su misericordia, (…) hace nacer a la Santísima Virgen y con el nacimiento de Ella, que era la raíz
bendita de donde nacería Nuestro Señor, comenzaba la obra de derrocamiento del
demonio.
¡Cuántas veces el
alma (…) está en lucha, está con problemas,
contorciéndose o envuelto en dificultades! La pobre alma ni tiene idea de
cuando llegará el día bendito en que una gran gracia, un gran favor vendrá a
acabar con sus tormentos, con sus luchas. (…)
Hay ahí el
nacimiento, en un sentido especial de la palabra, de las irrupciones de la
Virgen en el alma del fiel. Y que, en la noche de las más grandes dificultades,
de las más grandes tinieblas, de repente la Virgen aparece y comienza a
eliminar las dificultades. (…)
Ella aparece como una
aurora en su vida y comienza a representar algo de nuevo en su vida espiritual,
que él ni conocía.
El mundo de hoy es
tan parecido con el mundo [del tiempo en que Ella nació] que, si tenemos en
cuenta que de un momento a otro la Virgen puede comenzar a actuar, puede tornar
su acción más constante, más continua, más intensa de lo que ha sido hasta aquí
(…), pueden comenzar a suceder hechos
extraordinarios que hagan sentir su presencia. Ahí tendremos una irrupción más
de la Virgen en el mundo. (…)
Entonces, todo eso
nos debe dar mucha alegría y mucha esperanza, con la seguridad de que la Virgen
nunca abandona a sus hijos, y que, aún en las ocasiones más difíciles, Ella los
visita, su presencia como que irrumpe entre ellos, resuelve sus problema, cura
sus dolores, les da la combatividad y el coraje necesarios para cumplir su
deber hasta el fin, por más arduo que sea. (…)
En las revelaciones
privadas de muchos santos se cuenta que en las fiestas especiales de la Virgen,
Ella baja al Purgatorio, concede un gran número de gracias y lleva un número
enorme de almas al Cielo y, por otro lado, mejora las condiciones de muchas
almas que no lleva al Cielo.
Eso nos da un poco
idea de lo que Ella hace en la Iglesia militante. Su gracia baja sobre nosotros
y nos obtiene favores. Es el momento de pedir a Ella que nos conceda un favor.
¿Qué favor debemos
pedir? Que cada uno se recoja un poco, se concentre y pida una gracia
cualquiera. (…) De modo especial, esta gracia de la Virgen establecer con cada
uno de nosotros como que una alianza especial. Como que constituir vínculos de
una filiación especial en nuestra relación con Ella, de manera que nos tome bajo
su amparo particular y que, de esa firna, nos cure de la llaga del alma que
Ella más entienda que nos deba curar. A veces no es bien lo que imaginamos,
sino otra cosa. Aquello de que más necesite nuestra alma, que Ella nos dé.
(*) Partes adaptadas y
transcriptas de una conferencia de Plinio Corrêa de Oliveira.
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