El texto que sigue es extraído del primer capítulo del libro de Abby Johnson .
Me llamaron para participar de un aborto y fui, a pesar de que nunca me agradó ver lo que sucede durante el acto. La paciente ya estaba sedada, aún consciente, pero aturdida.
“Voy a realizar un aborto guiado por ecógrafo en esta paciente. Te necesito para mantener la sonda del aparato”, me explicó el médico.
Yo discutí conmigo misma: no quiero estar aquí. No quiero participar en un aborto. En aquel momento no podía imaginar cómo los siguientes 10 minutos sacudirían los cimientos de mis valores y cambiarían el curso de mi vida.
Supongo que lo que digo suena raro, viniendo de una profesional que había dirigido una clínica de Planned Parenthood por dos años, aconsejando a mujeres en crisis, programando abortos.
Pude ver el perfil completo y perfecto de un bebé: la cabeza, ambos brazos, las piernas e incluso los pequeñísimos dedos de las manos y los pies.
En seguida vi en la pantalla la cánula – un instrumento en forma de tubo delgado unido al extremo del aparato de succión – que había sido insertada en el útero y se acercaba al costado del bebé.
A la paciente le corrían las lágrimas.
La cánula tocó suavemente el costado del bebé, y por un instante sentí alivio. Pensé: el feto no siente dolor. Yo había tranquilizado a un sinnúmero de mujeres sobre esto, tal como me habían enseñado en Planned Parenthood.
En seguida el bebé comenzó a patear, como si estuviera tratando de alejarse de la sonda invasora. A medida que la cánula presionaba su costado, el bebé empezó a luchar para girarse y alejarse. Me pareció evidente que podía sentir la cánula, y que no le gustaba lo que sentía.
Entonces, el médico le dijo a la enfermera que encendiera la aspiradora. La cánula comenzó a ser girada por el médico, y el pequeño cuerpo, retorciéndose violentamente, comenzó a desaparecer dentro de la cánula. Lo último que vi fue la pequeña y perfectamente formada espina dorsal ser succionada por el tubo. El útero quedó vacío. Totalmente vacío.
Diez minutos, tal vez 15 como máximo, habían pasado.
Tuve la sensación de que acababa de sacarle algo a aquella madre; que yo le había robado. Sentí un dolor físico real. Y ahí, con mi mano en el vientre de la mujer que lloraba, un pensamiento vino desde lo más profundo de mí: ¡Nunca más! ¡Nunca más!
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Comentarios de este blog:
¡Es de estremecer! Las frases son por demás impactantes. “Pude ver el perfil completo y perfecto de un bebé”; “a la paciente le corrían las lágrimas”; “el bebé comenzó a patear”; “el bebé empezó a luchar para girarse y alejarse”; “el pequeño cuerpo, retorciéndose violentamente, comenzó a desaparecer dentro de la cánula”.
La Planned Parenthood es una federación internacional que dice promover la salud reproductiva y la salud sexual y que – como dice Abby Johnson, que allí trabajó dos años – aconseja a mujeres en crisis, programando abortos, y “enseñando” que el feto no siente dolores. La propia señora constató esa mentira en una experiencia personal terrible.
Mentira que esa federación esparce en todo el mundo y que se enarboló también en nuestro País.
Cabe recordar que seis meses después que aquí fue aprobado el aborto, el Sub-secretario de Salud Pública, Leonel Briozzo, mostró “orgullo” porque se habían realizado 2.550 abortos “legales”.
2.550 brutalidades como la relatada por esa señora. 2.550 madres que lloraron. 2.550 seres humanos indefensos que fueron asesinados cruelmente. 2.550 pecados graves contra la Ley de Dios. Y eso sólo en seis meses y en nuestro País. El número es espantosamente mayor si se considera todo el mundo.
El relato es aterrador, pero debemos mantenerlo presente. Debemos usarlo en nuestra lucha para que sea derogada la ley inicua que liberó el aborto. Debemos usarlo también para convencer a las madres que sepamos están pensando en abortar para que no cometan ese pecado y consideren que llevan en su seno un nuevo hijo de Dios y lo den a luz; para que estén seguras de que tendrán siempre la protección y ayuda de la Madre de las madres, la Santísima Virgen.
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