Plinio
Corrêa de Oliveira.
“Actitudes
de la Acción Católica en la expansión de la doctrina de la Iglesia” (Trecho)
Dijo el
Papa León XII:
“Retroceder delante del enemigo y conservar
el silencio cuando de todas partes
se levantan clamores tan fuertes contra la verdad, es una actitud de hombre sin carácter, o de duda de la verdad de su Fe.
En cualquier
caso, tal conducta es vergonzosa e injuria a Dios; es una conducta incompatible con la salvación de cada uno y con la salvación
de todos; no produce ventajas sino a los enemigos de la Fe; porque nada despierta tanto la audacia de los malos
que la flaqueza de los buenos.
Efectivamente, no hay quien no pueda desplegar aquella fuerza de alma en que se asienta la
propia virtud de los cristianos; esa
fuerza basta muchas veces para desconcertar
al adversario y perturbar sus designios.
Se suma que
los cristianos nacieron para el combate.
Ahora, cuanto más la lucha fuere ardiente, tanto más, con
el auxilio de Dios, podemos esperar la victoria:
`Tened confianza, Yo vencí al mundo´”. (León XIII, Encíclica “Sapientiae
Christianae”, de 10 de enero de 1980).
Por el
contrario, las condescendencias
excesivas, que llegan a veces a los bordes de la mentira, fueron censuradas
por el Espíritu Santo:
“Los que
dicen al impío `tú eres justo´, serán malditos
por el pueblo y detestados por las
naciones. Los que lo reprenden serán
alabados y vendrá sobre ellos la
bendición” (Proverbios, XXIV, 24).
En efecto, nada es más apto para crear, de parte a
parte, en la lucha entre adversarios militantes, un ambiente de respeto y hasta
de admiración, que convicciones
profundas y vigorosas,
exteriorizadas sin arrogancia pero con la audacia
que domina de quien posee la verdad
y de ella no se avergüenza;
declarados de modo cristalinamente explícito, y defendidas con argumentación
firme.
¡Qué admiración causaban a los paganos,
que llenaban el Circo Romano y el coliseo, las profesiones de Fe sin miedo de los mártires, tan opuestas al espíritu del paganismo, que tan
fuertemente chocaban con todo el ambiente, pero que al mismo tiempo se
presentaban revestidas del esplendor
de la lealtad y del prestigio de la sangre!
¡Qué admiración tenían los moros por los
heroicos cruzados, que sabían luchar como leones, aunque mansos como corderos cuando tenían ante
sí un adversario herido o moribundo!
No hagamos de la perpetua
retirada, del uso invariable de términos
ambiguos y del hábito constante de ocultar
nuestra Fe, una norma de conducta, que, en último análisis, redundaría en
triunfo del respeto humano.
A una
asociación que deseaba reformar sus estatutos para ocultar su carácter católico
y así obtener mayores ventajas, le escribió San Pio X: “no es leal
ni digno ocultar, cubriéndola con una bandera
equivocada, la cualidad de católico,
como si el Catolicismo fuese mercaduría averiada que se debiese entrar de
contrabando”. (Carta al Conde Medolago Albani).
El mismo pensamiento lo repitió San Pio X
en una carta al Padre Ciceri, del 20 de octubre de 1912: “la verdad no quiere disfraz, y nuestra
bandera debe ser desplegada”.
(Subrayados
nuestros)
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