Plinio Corrêa de Oliveira
(Trecho de “La Cruzada del Siglo XX”)
Si admitiéramos que en determinada
población la generalidad de los individuos practica la Ley de Dios, ¿qué efecto
se puede esperar de ahí para la sociedad? Eso equivale a preguntar: si en un
reloj cada pieza trabaja según su naturaleza y su fin, ¿qué efecto se
puede esperar de ahí para el reloj? O, si cada parte de un todo es perfecta,
¿qué se debe decir del todo?
Siempre existe un cierto
riesgo en utilizar en asuntos humanos analogías mecánicas. Atengámonos a la
imagen de una sociedad en que todos sus miembros fuesen buenos católicos,
trazada por San Agustín.
Imaginemos “un ejército constituido por
soldados, como los forma la doctrina de Jesucristo; gobernadores, maridos,
esposas, padres, hijos, maestros, siervos, reyes, jueces, contribuyentes,
cobradores de impuestos, como los quiere la doctrina cristiana. ¡Y osen aún
[los paganos] decir que esa doctrina es opuesta a los intereses del Estado! Por
el contrario, les cabe reconocer sin vacilación que ella es una gran
salvaguarda para el Estado, cuando fielmente observada”.
Papel de la Iglesia
Y en otra obra el Santo
Doctor, loando a la Iglesia Católica exclama: “Conduces e instruyes a los niños
con ternura, a los jóvenes con vigor, a los ancianos con calma, como comporta
la edad, no sólo del cuerpo sino del alma. Sometes las esposas a sus maridos,
por una casta y fiel obediencia, no para saciar la pasión, sino para propagar
la especie y constituir la sociedad doméstica. Confieres autoridad a los
maridos sobre las esposas, no para que abusen de la fragilidad de su sexo, sino
para que sigan las leyes de un sincero amor. Subordinas los hijos a los padres
por una tierna autoridad.
“Unes no sólo en sociedad, sino
también en una como fraternidad los ciudadanos a los ciudadanos, las naciones a
las naciones, y a los hombres entre sí, por la memoria de sus primeros padres.
Enseñas a los reyes a velar por los pueblos, y prescribes a los pueblos que
obedezcan a los reyes. Enseñas con solicitud a quién se debe la honra, a quién
el afecto, a quién el respeto, a quién el temor, a quién el consuelo, a quién
la advertencia, a quién el ánimo, a quién la corrección, a quién la reprimenda,
a quién el castigo; y haces saber de qué modo, si ni todas las cosas a todos se
deben, a todos se debe caridad y a ninguno la injusticia”.
Sería imposible describir
mejor el ideal de una sociedad enteramente cristiana. ¿Podrían en una sociedad
el orden, la paz, la armonía, la perfección, ser llevadas a un límite más alto?
Bástenos una rápida observación para completar el asunto. Si hoy en día, todos los hombres practicasen
la Ley de Dios, ¿no se resolverían rápidamente todos los problemas políticos,
económicos, sociales, que nos atormentan? ¿Y qué solución se podrá
esperar para ellos mientras los hombres vivieren en la inobservancia habitual de
la Ley de Dios?
(Subrayados nuestros)
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