viernes, 31 de octubre de 2014

2 de noviembre – Conmemoración de Todos los Fieles Difuntos

Lección de profundidad,
fuerza de alma, coraje y grandeza
 
El día de Todos los Fieles Difuntos rezamos por todas las almas que murieron y que por ventura están en el Purgatorio. Pero también es el día en que la Iglesia – con aquel tacto que le es propio y que es algo de absolutamente inconfundible – nos recuerda la realidad de la muerte.
 
De cuando en cuando debemos meditar sobre la muerte, para comprender lo que hay de profundamente real en aquella advertencia que el sacerdote hace el Miércoles de Ceniza: “Acuérdate, hombre, que eres polvo y que en polvo te convertirás”. No somos otra cosa sino polvo, y volveremos a ser polvo.
 
Y eso nos hace dar una dimensión exacta a todas las cosas de esta vida. Todos podemos movernos por deseos tan variados. Pero, ¿qué son esos deseos cuando uno calcula lo que uno es? ¡Es algo tremendo!
 
Uno puede sentirse bien y de repente se forma en algún lugar del cuerpo un coágulo cuyo resultado puede ser la muerte. Y eso puede pasar a cualquiera, en cualquier momento.
 
¿No es buena esa meditación para airear muchos ardores, para crear muchos desapegos, para humillar mucho orgullo y para hacer comprender que podemos estar de un momento a otro ante el juicio de Dios vivo? ¡De un momento a otro! Porque, ¿quién sabe si va a volver a casa hoy? ¿Quién sabe si de aquí a una hora estará siendo juzgado por Dios? ¿Y que no estará siendo quemado por las llamas del Purgatorio?
 
Ahora, sin esas incertidumbres la vida no tiene grandeza ninguna. Nada es bello, nada en la vida es atrayente, a no ser con una mortaja de fondo. Porque es sólo por el contraste que el hombre conoce las cosas de esta vida. Y es sólo por el contraste con esa miseria fundamental que uno comprende cómo todo cuanto queremos aquí es poco, y la grandeza de otro destino que nos espera.
 
La civilización moderna tiene pavor del luto.
 
¡Cuánta gente dice: “Eso es pura formalidad, no me gusta eso!.” No es verdad. Tienes miedo de la muerte y tienes un tal pánico que tienes miedo hasta del color negro. En el fondo, tienes miedo de morir, y por eso no quieres el luto.
 
Debemos encarar la muerte con serenidad, con grandeza, inclusive en lo que tiene de aflictivo, de tremendo.
 
Hay una miseria grandiosa en la muerte, en que uno podría decir lo siguiente: el ser inteligente, capaz de morir, capaz de pasar por tan gran catástrofe, tiene una tal capacidad de grandeza que ciertamente otra vida y otro destino lo espera. Y en eso entonces comprender bien toda nuestra grandeza.
 
Todo eso a propósito del día de los muertos, Es la lección que los muertos nos dan y que la muerte nos da. Es una lección de profundidad, una lección de fuerza de alma, una lección de coraje, una lección de grandeza, que es incomparable.
 
Vamos a rezar por los muertos. Que las oraciones de hoy sean para las almas del Purgatorio que estén más abandonadas y por las cuales nadie reza. Pero con una condición: que ellas nos obtengan la comprensión, el amor y el entusiasmo por todas las sombras con que la muerte enriquece la estética del Universo y los panoramas verdaderos de la vida humana.
 
Plinio Corrêa de Oliveira (adaptación)
 
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