jueves, 5 de junio de 2014

Propiedad privada y familia

Plinio Corrêa de Oliveira
(Texto con pequeñas adaptaciones - Subrayados nuestros)

Desde los orígenes de la Historia, la familia y la propiedad privada existen. Y no se trata apenas, entre una u otra institución, de una coexistencia fría y fortuita, sino de una simbiosis íntima que viene durando ininterrumpidamente hasta nuestros días. Esta simbiosis indica, ya a primera vista, una afinidad profunda ligando la propiedad privada e la familia. ¿Esta afinidad no resultará de un nexo natural indisoluble entre ambas? Si es así, ¿qué consecuencias acarreará para la familia lo que vaya contra el instituto de la propiedad privada?

Para un alma genuinamente cristiana, e impregnada, por lo tanto, de los sentimientos de amor y veneración que la institución de la familia merece, tal pregunta no puede dejar de interesar.

Así como el derecho de apropiarse, la naturaleza humana genera igualmente el derecho de constituir familia.

No es difícil mostrar la correlación entre la propiedad y la familia. En efecto, los gastos con la manutención del hogar y la educación condigna de los hijos tocan, naturalmente, a su jefe. Así se constituye a favor de aquella, sobre el trabajo de éste, un derecho natural más próximo y más grave que los eventuales derechos de la sociedad. Tal derecho tiene por objeto no sólo lo que el hombre gana, sino también lo que él acumula. Porque el hogar acarrea para su jefe encargos mayores que los del soltero, y porque esos encargos dicen a respecto de una sociedad naturalmente estable, como es la familia, los argumentos que justifican el derecho de propiedad tornan tal fuerza, cuando considerados en función de ella, que, mientras trabajar, acumular y prosperar puede ser no raras veces para un individuo aislado más un derecho que un deber, para el jefe de familia es, en general, más bien un deber que un derecho.

Recíprocamente, cuando el hombre está en situación de ganar lo necesario para la manutención condigna de una persona más, él tiende, salvados casos de vocación especial, a constituir un hogar. Su condición de propietario de recursos mayores de lo que necesita lo lleva a la condición de jefe de familia. Propiedad y familia son, pues, instituciones conexas y, más que eso, connaturales.

Por otra parte, considerándose en función de la naturaleza del hombre las relaciones que él tiene son su esposa y sus hijos, se ve fácilmente que éstas se asientan sobre un principio afín con aquél por el cual, en virtud de su naturaleza, el hombre tiende a ser propietario. De hecho, entre esposo y esposa se establece como que una apropiación mutua, que se extiende a los hijos, carne de su carne y sangre de su sangre.

La relación entre la propiedad y la familia resalta con claridad aún mayor cuando comparamos la situación que una y otra crean para el hombre y la situación de éste en el régimen socialista o comunista, en que ninguna de ellas existe.

La naturaleza del hombre lo lleva a establecer nexos más directos con ciertas cosas, y relaciones más próximas con ciertas personas. Ser propietario, tener familia, son situaciones que le dan una justa sensación de plenitud de personalidad. Vivir como átomo aislado, sin familia ni bienes, en una multitud de personas extrañas, le da una sensación de vacío, de anonimato y aislamiento que es para él profundamente antinatural.

Es fácil percibir así la conexión íntima existente, en lo que hay de más profundo en el alma humana, entre el derecho que el hombre tiene de apropiarse de bienes y el derecho que tiene de constituir familia. Entre ésta y la propiedad hay, diríamos, una comunidad de raíz y una reversibilidad.

La Iglesia es tutora, por misión divina, del derecho de propiedad, así como de la familia. En el ejercicio de esa misión, Ella protege implícitamente valores inestimables, es decir, derechos esenciales del alma humana y la dignidad que para el hombre deriva de su condición de ser espiritual y de Cristiano.

El socialismo, por el contrario, niega en la raíz el principio de que el hombre, ser espiritual, inteligente y libre, es señor de sí mismo, de sus potencias, de su trabajo. Para el socialismo, todo esto pertenece a la colectividad. Por eso mismo, niega lógicamente también la familia.
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