La hematologista canadiense Jacalyn Duffin estaba observando en el microscopio “una célula letal de leucemia” y, viendo la fecha del examen, concluyó: “quedé persuadida de que el paciente cuya sangre estaba examinando tenía que haber muerto”
Entretanto, el paciente estaba vivo.
La hematologista no sabía que había sido solicitada para participar en la investigación de un milagro.
Ella escribió su increíble historia personal en un artículo para la BBC.
La doctora Duffin, de 64 años, es también una prestigiosa historiadora, habiendo presidido la Asociación Americana de Historia de la Medicina y la Sociedad Canadiense de Historia de la Medicina. Además de ser catedrática de esa disciplina en la Queen´s University de Kingston (Canadá).
El hecho ocurrió en 1986, y fue su primer contacto con las canonizaciones de la Iglesia.
La muestra de médula había sido sacada de una joven de 30 años aún viva. Se estudiaba la veracidad del milagro en el contexto del proceso de canonización de la primera santa canadiense, María Margarita d´Youvill (1701-1771), fundadora de las hermanas de la Caridad, elevada a la honra de los altares 14 años después.
Lo paradojal del caso es que en aquellos tiempos en que los procesos de canonización eran exigentes, la Iglesia tendía a descartar el acontecimiento como milagroso.
Existía la posibilidad de que la cura fuera atribuida a la quimioterapia. Sin embargo, “los especialistas en Roma aceptaron reconsiderar la decisión si una testigo `ciega´ (sin saber de qué ni de quién se trataba) reexaminase las muestras”, contó la Dra. Jacalyn.
Ella labró un laudo sin saber para qué. “Nunca había oído hablar del proceso de canonización y no podía saber que la decisión requería tanta deliberación científica”, dijo ella.
La hematoligista es atea, y no se interesaba por la religión, ni por la del marido, que es judío.
Hasta que un día ella fue convidada a testificar ante un tribunal eclesiástico. Posteriormente, como su laudo fue decisivo, la convidaron a asistir a la ceremonia en la Plaza de San Pedro.
“De inicio yo dudé en ir, yo no quería ofender a las religiosas, porque yo soy atea y mi marido es judío. Pero acabamos yendo, viendo que ellas estaban felices de incluirnos en la ceremonia.
Tampoco podíamos renunciar al privilegio de testificar el reconocimiento del primer santo de nuestro país”.
Ella recibió también un ejemplar de la Positio, documento decisivo de cada proceso de canonización. Y ahí vio que estaban incluidos sus trabajos y observaciones.
La médica, siendo atea, llevó una sorpresa; “súbitamente comprendí entusiasmada que mi trabajo médico estaba en los archivos vaticanos, y la historiadora que hay en mí comenzó a querer saber de otros milagros incluidos en canonizaciones del pasado”.
Y fue así que acabó estudiando 1.400 milagros presentados para la canonización de centenas de santos en los últimos cuatro siglos.
Ella publicó un primer libro con sus conclusiones: Medical Miracles (Milagros médicos).
Después escribió un segundo libro sobre dos santos mártires del siglo IV cuya devoción crece notablemente en Estados Unidos y en Canadá: Medical Saints. Cosmas and Damian in a Postmodern World” (Santos médicos: San Cosme y San Damián en el mundo posmoderno, publicado en 2013 por la Universidad de Oxford.
La Dra. Jacalin aún es atea, pero escribió: “los ateos honestos deben admitir que suceden hechos científicamente inexplicables” y “la hostilidad de ciertos periodistas procede de su propia sistema de creencias: como para ellos Dios no existe, luego no puede existir nada sobrenatural”
“Pero, si los enfermos atribuyen su cura a Dios por la mediación de los santos, ¿por qué es que debe prevalecer otro sistema de creencias (el incrédulo) sobre los enfermos?”
Esa pretensión revela el abismo, socialmente admitido, entre creer en la ciencia y maravillarse ante lo inexplicable”.
Y agregó: “los milagros ocurren, y con más frecuencia de lo que creemos”.
El testimonio de la Dra. Jacalyn, independiente de sus convicciones personales, es un tributo al rigor de la Iglesia en el momento de examinar las curas sobrenaturales.
De los 1.400 milagros analizados, ella concluyó que “las enfermedades que acaban siendo curadas por milagros fueron distintas según la época, pero, en todas las ocasiones, se trataba de las que más desafiaban a la ciencia médica”.
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