miércoles, 16 de abril de 2014

La Agonía de Nuestro Señor Jesucristo en el Huerto: modelo de heroísmo católico

Plinio Corrêa de Oliveira
 
¿Cuál es el heroísmo católico?
 
El supremo ejemplo del heroísmo católico es Nuestro Señor Jesucristo. Él no es sólo el modelo de toda forma de virtudes y santidad, sino que es la fuente, porque de Él emanan las gracias para alcanzarse la santidad. El ejemplo más perfecto que dio de Su propio heroísmo fue en la Agonía en el Huerto, por la cual Nietzsche tenía desprecio. Ese decía que Nuestro Señor Jesucristo no Se había mostrado varón en aquella circunstancia y que con Su doctrina del perdón, con Su bondad, no era verdaderamente un hombre sino un ente ablandado y dulzarrón. Esa afirmación es blasfema, y si se hubiese mandado a Nietzsche cargar la Cruz, habría pedido agua doscientas veces, habría abandonado, habría apostatado, habría hecho cien cosas, pero no habría tenido coraje para cargar a Cruz.
 
Cargar la Cruz es el episodio heroico por excelencia, no sólo porque se trata de Nuestro Señor Jesucristo, sino por causa de la naturaleza del lance. En efecto, Él era Hombre-Dios. Considerado en Su humanidad, era absolutamente perfecto, no sólo concebido sin pecado original, sino en cuanto hombre, el más perfecto que Dios creó, poseyendo en el más alto grado todas las cualidades de la creatura humana. Por causa de esto, tenía un instinto de conservación muy agudo y muy armónicamente desarrollado, que era resultado exactamente de su perfección.
T
enía también un conocimiento perfecto de lo que vale el afecto, la fidelidad, la solidaridad de los amigos, y, por lo tanto, poseía una comprensión mucho más perfecta que cualquier hombre de lo que eran los enormes tormentos físicos que iba a padecer. Nunca hubo, no hay y no habrá un hombre que haya sufrido los tormentos físicos que Nuestro Señor Jesucristo sufrió.
 
Por otro lado, nunca hubo, no hay ni habrá un hombre que haya sufrido los tormentos morales que Nuestro Señor Jesucristo sufrió durante la Pasión, no sólo por causa de los Apóstoles que Lo abandonaron, sino por todas las injurias que sufrió de cada una de aquellas almas que Él quería salvar. ¡Es insondable lo que sufrió en esa ocasión!...
 
Cuando llegó Su Agonía, Su oración en el Huerto, Él – por así decir – puso un punto final en su existencia terrena. Se acabó todo cuanto tenía atrás de Sí, su obra estaba pronta. Y en aquella noche tenía que hacer otra cosa: prepararse para Su propio martirio. Preparar su sensibilidad física y espiritual, preparar Su Persona para cargar Su Cruz, para sufrir todo lo que habría de sufrir. Esto importaba en prever, medir, ajustarse, tomar la resolución y hacer. Esto fue la Agonía de Nuestro Señor Jesucristo.
 
“Agonía” en griego quiere decir lucha. Fue la lucha que Nuestro señor Jesucristo trabó, la lucha contra aquello que santísimamente dentro de Él pedía que no viniese sobre Sí aquella acumulación de dolores. Y de ahí exactamente aquella oración pungente y tocante que hizo. Él comenzó a tener “tedio y pavor”, dice el Evangelio. Y de miedo de lo que le habría de suceder, comenzó a sudar y acabó sudando sangre. No puede haber mayor expresión de miedo. Pero dentro de este miedo, no puede haber resolución más grande que la que Él, en el auge del sufrimiento moral, hizo al Padre Eterno: “Padre Mío, si es posible, aparta de mí este cáliz, mas hágase Vuestra voluntad y no la Mia”. Lo que equivale a decir:” si es posible, prefiero no sufrir, mas, si según Vuestros superiores designios debo absolutamente sufrir, no insisto en mi oración; acepto el sufrimiento que viene sobre mí y enfrentaré este sufrimiento, yo lo sufriré, yo padeceré hasta el último gemido, hasta la última gota de sangre, hasta la última lágrima. Yo no retrocederé”.
 
Entonces vino un Ángel y Le dio fuerzas y vemos el hecho extraordinario que pasa en la Pasión: Nuestro Señor Jesucristo no tiene, en ningún momento, ningún retroceso. Aún cuando vinieron los verdugos para prenderlo y le dijeron ‘¿eres tú Jesús de Nazaret?”, y Él respondió “Yo soy”. Pero lo dijo de un modo tan terrible que todos se cayeron con el rostro en tierra. Mostró así que, si quisiese, no sufriría aquellos tormentos porque mandaría lejos aquellos hombres. Él iba a sufrir porque quería, a pesar de todo cuanto en Él clamaba contra el dolor, Él lo aceptaba y quería cargarlo hasta el fin.
 
En este modelo de heroísmo, hay en el centro una convicción. Hablando en términos humanos… Para hablar adecuadamente de Nuestro Señor Jesucristo, se debería hablar de su unión hipostática, se debería hablar por lo tanto de las comunicaciones que Su naturaleza humana, Su humanidad, recibía de su divinidad durante este tiempo. Mas estoy simplificando la exposición de la materia, y hablo por lo tanto en términos humanos.
 
Nuestro Señor Jesucristo tenía una convicción profunda, en su humanidad, de todo aquello que Su divinidad sabía: que tenía que hacer la voluntad del Padre Eterno; que quería realizar la voluntad del Padre Eterno. En consecuencia de esta convicción inquebrantable, una voluntad inquebrantable. En consecuencia de esta voluntad inquebrantable, un dominio invencible sobre las pasiones. En consecuencia de este dominio, el martirio que llega hasta el fin.
 
Aquí tenemos un esquema, la explicación de lo que hay de más recóndito en el heroísmo de Nuestro Señor Jesucristo.
 
Esto se ve repetir a lo largo de la historia de la Iglesia. Hay momentos en que el soplo del Espíritu Santo recorre la Iglesia y se levantan legiones de héroes. Por ejemplo, en la ocasión de las Cruzadas o de la Reconquista: aquellos héroes que salen muchas veces en la alegría para ir a combatir por la liberación del Santo Sepulcro, o para desinfectar la Península Ibérica de los enemigos de la Civilización Cristiana que la habían invadido.
 
Entretanto esto es apenas la hora en que la gracia comunica a los hombres una alegría sensible, en que la virtud y el heroísmo son fáciles. No es lo mejor del heroísmo de los cruzados. Lo mejor del heroísmo de los cruzados se ve cuando, al abrir los libros de las Cruzadas, se estudian los sufrimientos que ellos pasaron, los riesgos que corrieron en los momentos en que ya el soplo del Espíritu Santo no se hacía sensible en ellos, en que tenían que enfrentar un calor horroroso, marchas tremendas por el desierto, ser diezmados por la peste, ataques contra enemigos muy superiores y que muchas veces los mataban en condiciones atroces y ellos perseveraban en la deliberación de morir por Nuestro Señor Jesucristo, hasta el último instante.
 
Es claro que en esas horas muchas y muchas veces la gracia dejaba de tornarse sensible. Es claro que en esas horas tenían la convicción de que las cosas pasasen como pasaron con Nuestro Señor Jesucristo. Es decir, una convicción profunda, una determinación, un acto de voluntad firmísimo tomado en consecuencia de esta convicción y el dominio de la voluntad sobre todos los sentidos que decían y que pedían lo contrario.
 
 
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