En el siglo IV, el hereje Nestorio se atrevió a decir que María no era Madre de Dios, sino solamente madre de Cristo, persona humana. Por causa de esa injuria, católicos del mundo entero protestaron y pidieron una reparación. Obispos de diversos países se reunieron en concilio en la ciudad de Éfeso, en al año 341, condenando las ideas del impío Nestorio. Declararon solemnemente este punto central del misterio de la Encarnación: “La Virgen María es Madre de Dios, porque su Hijo, Cristo, es Dios”. Acompañados por toda la multitud de la ciudad, que los rodeaba llevando antorchas encendidas, hicieron una gran procesión cantando: “Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén”.
Transcribimos a continuación un trecho de Plinio Corrêa de Oliveira relacionado con esa verdad de fe.
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“La Santísima Virgen representa la quintaesencia inefable, la síntesis amplísima de todas las madres que existieron, que existen y que existirán; de todas las virtudes maternas que la inteligencia y el corazón humano pueden conocer.
Más aún: de aquellos grados de virtud que apenas los santos saben encontrar, los cuales solamente ellos saben alcanzar, volando con las alas de la gracia y del heroísmo. Es la madre de todos los hijos y de todas las madres. Es la madre de todos los hombres. Es la madre del Hombre. Sí, del Hombre-Dios que se hizo Hombre en el seno virginal de esa Madre, para rescatar a todos los hombres.
Es una Madre que se define con una palabra: mar. Que, a su vez, da origen a un nombre que es un cielo: María”.
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