domingo, 6 de julio de 2014

JÓVENES – ¿Hay en su familia casos como estos?

Reflexiones de una psicóloga brasileña sobre dos jóvenes con quienes habló.
 
Conversé largamente con dos jóvenes. El primero es un muchacho que está con 25 años, que me procuró para cambiar ideas sobre su vida, sus aflicciones, sus dudas. La otra conversa fue con una adolescente de 17 años, con quien dialogué a respecto de sus expectativas sobre la vida, el presente y el futuro de ella.
 
El muchacho ya ejerce su profesión, su familia tiene excelente nivel socioeconómico, su carrera está en plena ascensión, y se siente satisfecho en su trabajo.
 
La adolescente vive en el interior, acabó de ingresar en un curso universitario, tiene novio y su familia es bien simple. Estudió casi siempre en escuela pública y es muy esforzada: da clases particulares para niños y participa de programas sociales como voluntaria.
 
¿Qué hay en común entre esos dos jóvenes? Un vacío. A pesar de los dos estar bien encaminados en la vida, viven lo que llamé de una crisis existencial: sienten enfado en el día a día, no consiguen ver una buena perspectiva en su existencia y, por más que busquen, no encuentran buenos motivos para sustentar la vida que llevan.
 
“No se preocupe conmigo: no tengo ideas suicidas, no estoy deprimida, hago terapia y amo la vida. El problema es: ¿qué clase de vida es ésta que yo vivo?”, fue una frase escrita por la muchacha.
 
“Me levanto, me arreglo para ir a trabajar, salgo semanalmente con mis amigos y mis noviazgos son fugases. Al principio pensaba que el problema eran las muchachas, después pensé que el problema era yo; ahora pienso que las complicaciones son de la vida”, me dijo el joven mayor. Y agregó: “Vivir no puede resumirse a eso; es mucha pobreza. Pero yo no sé qué más podría agregar para vivir satisfecho conmigo mismo y con esta vida”.
 
¿Qué aprendí con ellos? Que estamos valorizando, para los más jóvenes, facetas de la vida que no son suficientes para sustentar las ganas de vivir. Nos hemos equivocado: hacemos de todo para ofrecer a los más jóvenes el queso y el cuchillo. Pero eso ellos sabrán conseguir por cuenta propia, tarde o temprano. Pero, sin hambre, ¿para qué sirve? Precisamos ayudar a los jóvenes a tener más apetito, la tal ganas de vivir.
 
¿Por qué me preocupé? Porque ha aumentado el número de jóvenes que se suicidan y que tienen depresión. Aunque los dos jóvenes con quien conversé no demuestren estar en ese camino, ¿cuántos como ellos no estarán, por los mismos motivos? ¿Qué debemos hacer además de ofrecer tratamiento profesional?
 
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Comentarios de este blog:
 
Ciertamente hay familias – quizá algunas que usted conoce – para las cuales la situación de esos jóvenes no les es extraña.
 
No sabemos si la psicóloga tiene alguna creencia religiosa. Apenas constatamos que a lo largo de la descripción no menciona a Dios.
 
A la pregunta que ella levanta sobre qué debemos hacer además de ofrecer tratamiento profesional, la respuesta es, sin duda: acercar los jóvenes a Dios.
 
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