viernes, 18 de julio de 2014

Una sociedad, orgánica y cristiana

Plinio Corrêa de Oliveira
 
En cierto sentido, la más viva de todas las sociedades es la familia. En efecto, si bien que el Estado, como otros grupos sociales inferiores, nazca del propio orden natural de las cosas, ninguna sociedad es tan imperiosa y, por así decir, urgentemente creada por la naturaleza, cuanto la familia. Podemos concebir la sociedad humana viviendo embrionariamente en una estructura familiar, anteriormente a la existencia del Estado. No podemos concebir el estado viviendo anteriormente a la familia, o sin ella.
 
Por otro lado, no hay sociedad para la cual estemos tan naturalmente propensos. Todas las disposiciones de espíritu necesarias al funcionamiento regular de la familia existen en nosotros – al menos de cierto modo – espontáneamente: el respeto de los hijos a los padres, la comprensión, el amor, el mutuo auxilio, entre los miembros. Comparada con la familia, cualquier otra sociedad parece tiesa, rígida, en cierto sentido artificial.
 
Uno de los trazos característicos de la civilización cristiana edificada en Occidente después de la invasión de los Bárbaros consistió en hacer de la familia, no sólo una institución de vida puramente doméstica y privada, como es hoy, sino la unidad propulsora de todas, o casi todas, las actividades políticas, sociales y profesionales.
 
El bien inmueble era frecuentemente más familiar que individual. La casa, la tierra, el feudo eran considerados mucho más como el patrimonio de la familia que del individuo. Lo mismo se dio en el artesanado y en el comercio, en que se manifestó la tendencia de transmitir la profesión de padre a hijo, en varias generaciones.
 
Si examinamos el campo de la ciencia y de las artes, veremos también con cuánta frecuencia los miembros de una familia se dedicaban al mismo ramo.
 
En la administración, tanto feudal cuanto municipal o real; en las finanzas, en la diplomacia, en la guerra, en todos los campos, en fin, notamos que la familia en cuanto tal era, en toda la medida de lo posible, la gran unidad de acción y de propulsión. Los feudos, las corporaciones, las universidades, los municipios, nada había que escapase a la penetración de la familia. De tal forma que el Estado – un reino, por ejemplo – no era sino una familia de familias, gobernada por una familia: la familia real.
 
Con las reservas con que imágenes como ésta deben ser empleadas, se puede decir que la familia penetraba en todas las partes del organismo social, como las arterias penetran e irrigan todos los miembros del cuerpo humano. Y así, la familia comunicaba algo de especialmente vivo, plástico, orgánico, a todas las instituciones políticas, sociales, económicas, etc.

 Fuente: Revista Catolicismo (trechos)
(Negritos nuestros)

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